miércoles, 16 de noviembre de 2011

El salón de los mil espejos

Érase una vez en un templo Shaolin, un salón con mil espejos.

Un día, un perro entró al salón y de repente se encontró con miles de perros a su alrededor.

Gruñó y ladró a sus supuestos enemigos. Y por supuesto éstos sin más ni menos inmediatamente le mostraron sus feroces dientes.

El perro provocado y enfurecido, gruño, saltó y ladró tanto que murió de fatiga mental y física.

Un tiempo después, otro perro entró al salón de los mil espejos. Y al igual que el otro, vio miles de perros a su alrededor.

Este se complació de verlos, batió su cola y de inmediato se encontró en medio de miles de amigos. Autor: Kurt Tepperwein.

La vida presenta las mismas adversidades para todos, depende de las reacciones y actitudes de cada uno para vencer o ser vencidos por ellas.

martes, 15 de noviembre de 2011

El valor del ser humano

 
Un joven discípulo preguntó a su maestro: ”¿Cuál es el valor de un ser humano?”.


El sabio sacó un diamante del bolsillo y le dijo: “Ofrece esta piedra a diferentes comerciantes del mercado, pero no la vendas, y me cuentas qué tal te ha ido”.

Primero entró en una frutería, y el frutero le dijo: “Te lo cambio por un racimo de uvas”. Más tarde, un carpintero le dijo: “Te ofrezco tres trozos de madera”.

Fue a una bisutería, donde le cambiarían cien monedas de oro. Y finalmente, el discípulo visitó la mejor joyería de la ciudad. El joyero afirmó: “Me encantaría poder comprártelo. Pero este diamante es tan valioso que no tiene precio”.

El joven regresó con la piedra preciosa y le explicó a su maestro lo que le acababa de ocurrir. Sonriente, el sabio concluyó: “Al igual que sucede con esta piedra, para el que sabe ver, el valor de un ser humano es inconmensurable”.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Lección práctica

Había una vez un gran guerrero. Aún siendo muy viejo, todavía era capaz de derrotar a cualquier competidor.
Su reputación era conocida en todo el país, y muchos estudiantes se reunían para estudiar bajo su dirección.
Un día, un joven guerrero infame llegó a la villa. Él estaba determinado a ser el primer hombre en derrotar al gran maestro.
Junto a su fuerza, el maestro poseía una habilidad fantástica en percibir y sacar provecho de cualquier debilidad de su oponente, ofendiéndolo hasta que perdiera la concentración.
Entonces, él esperaba que su oponente hiciera el primer movimiento, y al revelar su debilidad, lo atacaba con fuerza sin piedad y con la velocidad de un rayo. Nadie jamás había resistido, más allá del primer movimiento, en un duelo contra él.
Contra todas las advertencias de sus estudiantes preocupados, el viejo maestro alegremente aceptó el desafía del joven guerrero.
Cuando los dos se posicionaron para luchar, el joven guerrero comenzó a insultar al viejo maestro. Él le tiraba tierra y escupía su rostro. Durante horas ofendió verbalmente al maestro con todo tipo de insultos y maldiciones conocidos por la humanidad.
Pero el viejo guerrero se quedó allí parado, tranquilo.
Finalmente, el joven guerrero quedó exhausto.
Percibiendo que había sido derrotado, huyó vergonzosamente.
Un tanto decepcionados por no haber visto a su maestro luchar contra el insolente, los estudiantes se acercaron y le preguntaron:
- ¿Cómo pudo soportar tantos insultos y ofensas? ¿Cómo pudo derrotarlo sin moverse?
- Si alguien viene a darle un regalo y usted no lo acepta, ¿para quién regresa ese regalo?, respondió el maestro.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¡Mano Fuerte!

Cuanto más grande es la conquista, más reñida es la lucha y mayor el sacrificio.
Cuanto mayor es el sueño, más exigente es el sacrificio para su realización.
Esa enseñanza viene desde lo Alto.
La liberación de los hebreos de Egipto era un sueño casi imposible. Los hijos de Israel eran la gran fuente de riqueza y opulencia egipcia. Riqueza a costa de su esclavitud.
Dejarlos libre significaba una pérdida irreparable.
Egipto es el mundo, Faraón es el diablo, los hijos de Israel son los pueblos esclavizados, el Monte Sinaí simboliza el Monte Calvario y Moisés es el enviado del Altísimo.
Cuando el Señor envió a Moisés, avisó: “Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte., (Éxodo 3:19).
¿Cómo liberar a los esclavos del diablo sin el uso obligatorio de la Mano fuerte? Esto es, ¿sin lucha, sin guerra, sin sacrificio o sin la violencia de la fe?
¿Es posible usar la fe sin violentar las costumbres religiosas? ¿Es posible usar la fe sin violentar la voluntad de la carne?
La fe sobrenatural, por sí sola, ya se opone a la naturaleza.
Jesús escupió en el suelo, hizo barro, untó los ojos del ciego y ni por eso el muchacho fue curado. Pero, al obedecer Su orden, aún con enorme dificultad, fue curado. ¿Quién lo curó? ¿Jesús? ¿Su saliva? ¿El barro? ¿El agua del estanque de Siloé?
Él fue curado por la obediencia a la Palabra de Jesús. O sea, por la propia fe.
Pero el Señor tuvo que usar la Mano Fuerte para despertar su fe.
¿Jesús no podría haber pedido que alguien trajera agua de Siloé y lavarle los ojos? No sería más fácil, más simple y hasta más humano evitar que el muchacho tuviera que caminar hasta el fondo del Valle para ser curado?
“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.”, (Mateo 11:12).
La fe pura violenta los principios naturales humanos. ¿Quién la entenderá?
¿Quién no sabe que sin el sacrificio de la fe natural no se conquista nada en este mundo?
De la misma forma, los beneficios del Mundo sobrenatural exigen la violencia de la fe sobrenatural.
Quien cree, va; quien no cree, se queda.

sábado, 12 de noviembre de 2011

¡Qué palabra, eh!

Médico, dentista, ingeniero, abogado, profesor, arquitecto, en fin, cualquier profesional fue formado en la universidad.
¿Y qué lo capacita para determinada carrera? ¿Cómo se forma?
Él se forma mediante el recibimiento científico de la palabra. El médico recibe la palabra de conocimientos médicos; el abogado recibe la palabra de conocimientos de la Ley; el ingeniero civil recibe palabra de conocimientos de la construcción civil, etc.
Quiere decir: cada profesión exige escuchar y poner en práctica la palabra enseñada, de acuerdo con la carrera elegida.
Cuando admiramos un bello puente, un rascacielos, no podemos olvidar que por detrás de aquella belleza arquitectónica existen muchos profesionales que fueron instruidos y formados apenas con palabras. Nada más que palabras.
Al poner en práctica tales palabras científicas, nacieron las maravillas de la tecnología.
Imagine la práctica de la Palabra de Dios.
Imagine cuando ella es aplicada a la vida cotidiana.
Si los conocimientos humanos, por medio de la palabra científica practicada, son capaces de crear ciudades, aviones, navíos, curar enfermos y más, imagine lo que la Palabra de Dios es capaz de hacer en la vida de los que la practican y creen en ella.
¡Piense en eso!
Un profesional independiente necesita preparación académica básica.
Pero para ser un instrumento en las manos de Dios, basta subir y permanecer en el Altar. Lo demás, lo hará Él…
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.” Juan 14:12

viernes, 11 de noviembre de 2011

Monte Santo

“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.
A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector.”, (Ezequiel 28:14-16).
Cuando hablamos de sacrificio, hablamos de vida total y completa en el altar.
Cuando hablamos de altar, hablamos de monte, y cuando hablamos de monte, hablamos de conquistas materiales, físicas, sentimentales, familiares y, sobre todo, de un único lugar en que la persona, sea miembro, obrero, pastor u obispo, puede estar salva y blindada contra todas las embestidas satánicas.
Pues en el monte (altar) somos poderosos en guerra, saltamos murallas y desbaratamos ejércitos.
El diablo trabaja de día para impedir que usted suba al monte (altar), y el mismo trabajo se hace incansablemente para lanzar fuera del monte a quienes consiguieron llegar y establecer allí sus vidas. ¿Por qué?
Es simple. Eso se da porque, desde su creación, el diablo habitó en el monte santo de Dios y de allí fue expulsado. Él sabe lo que significa un SER HUMANO con la vida en sacrificio en el monte.
Por eso, obreros, pastores, obispos, esposas y todo el pueblo: el monte es el lugar que nuestro SEÑOR santificó para que habite allí “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…”, (1 Pedro 2:9).
Lugar en el que ni todo el infierno junto podrá vencerlo.
¡Gracias a Dios!
Obispo Sergio Correa

jueves, 10 de noviembre de 2011

El Pastor y el Faro

Había una pequeña ciudad del lado oeste de los Estados Unidos, a las márgenes del Océano Pacífico, próspera y progresiva. No era grande, pero tenía calles largas y limpias, parques arborizados y los barrios crecían rápidamente.
La arena blanca de la playa era como un collar entre los verdes de los montes y el azul del mar. Y era allí, en el mar, que estaba la riqueza del poblado: la pesca.
Cada noche, los barcos barrían las aguas con sus redes, trayendo una cantidad de peces tan grande que muchas fábricas se instalaron para industrializar y exportar el pescado.
En la entrada de la bahía, había un faro antiguo que durante años prestaba el valioso servicio de guiar a los pescadores en las noches oscuras de tempestad, iluminándoles el camino en el mar.
En esta ciudad, había también una iglesia, que era la única. El pastor luchaba con todas las fuerzas para concientizar a las personas del Evangelio y del Juicio de Dios. Pocos le daban atención y menos aún frecuentaban sus reuniones. Pero el hombre no desanimaba.
Se levantaba temprano y pasaba un buen tiempo orando sobre el altar, visitaba los enfermos, atendía a los que le buscaban y además se preocupaba de encender el faro todos los días puntualmente a las cinco de la tarde.
La ciudad crecía y los negocios aumentaban. Los barcos eran más modernos y traían cada vez más peces. El mar era muy abundante. Cuanto más barcos venían, mas peces aparecían en las aguas. Nadie volvía con la red vacía. Noche clara u oscura, al sacar la red, allá estaba el valioso tesoro que movía la vida de la ciudad.
En una radiante mañana de sábado, el pastor, ya con cierta edad, murió. Con excepción de los miembros de la iglesia, nadie percibió el hecho. Sin llamar la atención de nadie, el laborioso soldado del Evangelio partía de la misma forma que había vivido.
Sintiendo aquella perdida, los miembros de la iglesia enviaron una carta al intendente, pidiéndole que buscara otro pastor. Pero, ninguna respuesta les fue dada.
El intendente era alguien muy ocupado. Un gran mercado de pesca estaba siendo construido para atender a los compradores de todas partes. Eran, en la mayoría, representantes de las grandes fábricas de América que iban a cerrar lucrativos negocios. Había también planes para una nueva escuela y ampliación del hospital. Con tantos proyectos importantes, era muy difícil conseguir la atención de aquel hombre.
Cuando todo parecía ir bien, la pesca pasó a ser escasa. Las redes, que antes venían llenas, pasaron a venir vacías. Al principio no se le dio importancia al hecho, en fin los almacenes estaban llenos. Pero, con el pasar del tiempo, el problema se agravó. Los barcos eran lanzados al mar, barriendo cada centímetro de las aguas, pero, sin obtener éxito.
El mercado quedó vacío. Las fábricas cerraron y los empleados fueron despedidos. La construcción de la escuela fue rechazada, como también la reforma del hospital. Muchos especialistas fueron consultados, pero en vano. Nadie sabía, pero el hecho es que el pez ya no venía a la red.
Desesperados, los pescadores continuaban su lucha. Con la esperanza de un cambio, salían todas las noches para la pesca, y fue en una de esas noches que una tempestad rápidamente se formó sin que ellos lo notasen. Con el mar revuelto y el cielo, cubierto de nubes, sin ninguna luz. Sin visión para navegar, uno de los barcos, movido por las olas, fue lanzado violentamente contra el faro, que, desde la muerte del pastor, nunca más fue encendido.
En la mañana siguiente, el intendente estaba desahuciado en su gabinete. Él había intentado de todo lo que estaba a su alcance, sin éxito. Pensativo y cabizbajo, vio sobre la mesa la carta de los miembros de la iglesia, que decía:
“Señor intendente, nosotros, los miembros de la única iglesia de la comunidad, informamos a Vuestra Excelencia el fallecimiento de nuestro pastor. En su ministerio, él oraba todos los días por nuestra ciudad y pedía a Dios que nunca faltase pez en el mar.
Preocupado con los pescadores, también encendía todas las tardes el faro para guiarlos en las noches oscuras. Nunca desanimó. Si no tuviéramos otro hombre de Dios que bendiga la pesca y encienda el faro, los peces van a escasear y, en una noche oscura, nuestros barcos correrán el riesgo de naufragar, lanzados por las olas contra alguna roca en el mar.”
El intendente encontró así la respuesta que buscaba. Los hechos ahora eran claros y obvios a su frente. “¿Pero como nunca me di cuenta de este hombre y su trabajo?”, se preguntaba el intendente.
A partir de allí, él entendió que el pastor era como el faro, que no emite la luz sobre sí mismo, sino sobre las olas del mar para iluminar el camino de los hombres. Aquel trabajo anónimo era de un extraordinario valor.
Así debe ser el pastor, un faro encendido por Dios. No se ilumina a sí mismo en búsqueda de la gloria del mundo, sino que lanza su luz para mostrar a los hombres el camino de Dios. En su clamor, bendiciones son alcanzadas y problemas evitados.
Muchas veces solo nos concientizamos de esto cuando los perdemos y nos enfrentamos con los problemas. Ahí, sólo nos resta aprender a lección de la importancia del clamor de un hombre de Dios. ¿No es eso lo que dice la Palabra del Señor?
Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé.” (Ezequiel 22:30)

martes, 8 de noviembre de 2011

El Sacrificio – Parte I

Cuando le pedimos algo a Dios, Él no nos responde por nuestro llanto, de nuestras necesidades o de nuestros dolores. Él actúa conforme a nuestra fe, que es la única “moneda de cambio” con Dios.
Por esta razón, ¡quien cree recibe, y quien no cree no recibe! Súmese a eso las palabras del Señor Jesús: “Y estas señales seguirán a los que creen…”, (Marcos 16:17).
Cuando buscamos una relación con Dios, las obras de caridad o la vida religiosa no deben ser cuestionadas, pues, “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.”, (Hebreos 11:6).
A Dios Le agradan, principalmente, las actitudes de fe porque es de este modo que el hombre prueba que depende de Él y que obedece completamente Su Palabra.
Muchos, sin embargo, piensan que llamarán automáticamente la atención del Señor por ser practicantes fieles de la bondad y de la caridad. Esperan, sinceramente, que Dios los recompense por sus actos.
¡Pero no es así! Y es por pensar así que muchos sufren, aún creyendo en el Señor Jesús.
Para el Señor, el pecado es la actitud más vil del ser humano, pero Él nos concede el perdón por medio de la fe.
Así, si para que perdonen nuestros pecados necesitamos de la fe, no será diferente para alcanzar Sus beneficios. ¿Qué es más fácil conquistar? ¿La vida eterna o las promesas materiales?
Quien no tiene fe para realizar los sueños materiales, tampoco la tendrá para conquistar las promesas espirituales.
Como ejemplos de fe, el Señor Jesús nos recuerda de la gran hambruna en Israel en el tiempo de Elías. En aquella ocasión, el profeta fue enviado a una viuda que vivía en Sarepta y a nadie más. En el tiempo de Eliseo había muchos leprosos en Israel, pero solamente Naamán fue curado. Compruebe:
“Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio.”, (Lucas 4:25-27).
¿Por qué motivo apenas esas personas fueron beneficiadas? ¡Porque, en ambos casos, en ellos hubo una manifestación plena de la fe!
Así, cada uno tiene la oportunidad de abrazar el camino de la fe o de la incredulidad. Cuando elegimos el camino de la fe, es necesario estar dispuestos a sacrificar, pues la práctica de la fe exige sacrificios constantes.