El milagro de una nueva vida sigue el mismo patrón de nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios: María fue envuelta por el Espíritu del Altísimo, y de allí fue concebido Jesús.
El mismo proceso se da en relación a los demás nacidos del Espíritu, hijos de Dios.
Treinta años más tarde, Jesús le enseñó a un maestro religioso cómo convertirse verdaderamente en un hijo de Dios:
“el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”, (Juan 3:5).
Nacer del agua incluye el cambio de los pensamientos humanos por los de Dios. El agua Divina lava los pensamientos futiles, inútiles y vanos, y ocupan, en su lugar, los pensamientos vivos de Dios.
Ya el nacer del Espíritu ocurre conforme al relato del ángel a la virgen María:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra…”, (Lucas 1:35).
Es lo que tiene que suceder con todos. Todos lo que, con humildad, creen en la Palabra de Dios.
Por eso, también el ser santo que ha de nacer será llamado Hijo de Dios.
Para complementar esto, el Espíritu Santo, a través de Pablo, afirma:
“Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”,
(Romanos 8:9).
La pregunta es: ¿el internauta ya recibió el Espíritu de Cristo?
Observé a un niño solo, en la sala de espera del aeropuerto, esperando la llamada de su vuelo. Cuando comenzó el embarque, el niño fue colocado al comienzo de la fila para entrar y encontrar su asiento antes que los adultos.
Cuando entré en el avión, vi que estaba sentado a mi lado. Me senté, y aquel niño fue cortés conmigo cuando comencé a hablar con él, después, empezó a dibujar en un libro.
No demostraba ansiedad o preocupación por el vuelo, muy por el contrario, se miraba confiado y seguro de sí mismo, mientras se realizaba la preparación para el despegue. Durante el vuelo, el avión entró en una tempestad muy fuerte, lo cual hizo que la aeronave se balancease como una pluma al viento.
La turbulencia y sacudidas bruscas asustaron a algunos pasajeros, pero el muchacho parecía enfrentar todo con la mayor naturalidad. Una de las pasajeras, sentada al otro lado del pasillo, estaba preocupada con lo que pasaba, y en aquel momento le hizo una pregunta al niño:
- ¿No tienes miedo?
- No señora, no tengo miedo- respondió él, levantando los ojos de su libro de colorear y, confiado, dijo sonriendo:
- Mi padre es el piloto.
Reflexión:
Existen situaciones a lo largo de nuestra vida, que nos recuerdan a un avión atravesando una fuerte tempestad. Por más que lo intentamos, no conseguimos sentirnos seguros, en tierra firme. Tenemos la sensación de que estamos colgados en el aire, sin que haya nada a dónde sujetarse o apoyarse y que nos sirva de socorro.
Entonces, siempre que se sienta inseguro y en una situación de peligro, a pesar de las circunstancias, por peores que estas parezcan, recuerde que nuestra vida está en las manos de Dios, que creó el cielo y la tierra. Viva con la seguridad de que las luchas o los problemas que este viviendo, Dios le dara la victoria, confíe en Él.
Con Dios siempre todo está bajo control, por eso no hay nada que temer. Siga adelante en sus proyectos o meta, no desista. Nuestro Padre es el piloto, no temeré mal alguno.