jueves, 29 de septiembre de 2011

Corrupción exterior

Dios conoce bien los conflictos íntimos humanos. Él también los enfrentó cuando estuvo en el mundo.
Su oración: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.”, (Mateo 26:39), reflexione bien en eso.
En las guerras entre el exterior e interior, alma y espíritu, corazón y razón, carne y Espíritu, siempre existe un vencedor, que decide el destino final del alma.
No siempre el Espíritu de Dios vence la carne. Eso, porque la carne, el exterior, el alma o el corazón - da todo lo mismo - no está sujeto a la ley (voluntad de Dios), ¡ni puede estarlo! (Romanos 8:7).
Mientras tanto, la corrupción del hombre exterior, o sea, las obras de la carne, no tienen poder para impedir que los valores espirituales del hombre sean anulados. Sólo si la persona quiere…
Porque el hombre interior dispone de muchos recursos para neutralizar al hombre exterior.
Confesión de pecados, arrepentimiento, oración, ayuno, cilicio, en fin… Medios para levantarse no faltan.
Por ejemplo, él cayó en pecado. En ese ínterin, el diablo comienza a acusarlo con insistencia. Su conciencia duele. Sabe que está equivocado.
¿Qué hacer? ¿Dejarse llevar por el desánimo o usar las herramientas de la fe para levantarse?
Consciente del perdón mediante la confesión sincera, él actúa e, inmediatamente, recibe el perdón por la fe.
A partir de ese momento, toma la actitud de regresar al estado original de paz con Dios, por el abandono del pecado y del pasado.
Y así, una vida más es rescatada por medio de la fe práctica, que nada tiene que ver con los sentimientos. Es sólo obediencia.
Esa es la fe transmitida por Pablo, cuando nos lleva a no desanimarnos por una debilidad de la carne.
“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.”, (2 Corintios 4:16).

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