La Biblia indica que mientras el pueblo de Israel permaneció en la fe, tras las exhortaciones de la profetiza Débora, Dios bendijo a la gente a manos llenas durante 40 años, pero pasado ese tiempo, los israelitas se desviaron y comenzaron a idolatrar a otros dioses. En otras palabras, desecharon a Dios y, en consecuencia, sus enemigos empezaron a prevalecer sobre ellos (lea Jueces 4 al 6:10).
Casos similares hemos visto en la Iglesia Universal. Varios se acercan a Dios con el objetivo de resolver sus problemas; hacen novenas de oración, participan en campañas, realizan ayunos, asisten a veladas, etcétera. Sin embargo, como no siempre las dificultades se resuelven rápido, se desaniman, terminan alejándose de Dios y optan por recurrir a prácticas esotéricas (limpias, tarot, magia blanca, etc.), en el afán de alcanzar respuestas rápidas.
Con esto podemos darnos cuenta que ese famoso dicho de ‘Dios me abandonó’ es completamente erróneo: es uno mismo quien toma la decisión de permanecer al lado de Dios o alejarse de Él. Y lo peor de todo es que la separación de Dios significa, se quiera o no, entregar la propia vida en las garras de Satanás.
Estimado lector, aunque sus conflictos no se solucionen de inmediato, confíe en que Dios está atendiendo sus peticiones y al final obtendrá lo que ha solicitado. No permita que su ánimo fluctúe conforme a las circunstancias que vive, no se deje llevar por las preocupaciones, dudas, miedos e inseguridades.
Y la clave para conservar la fe es estar lleno de la presencia del Espíritu Santo, pues con la fuerza y guía que Él brinda, uno puede enfrentar lo que sea. Él es el Único que puede ayudarle a tener la firmeza necesaria para nunca desistir.
Recuerde: la fe es lo que causa que las promesas de Dios se cumplan en nuestra vida. No en vano las Escrituras señalan: “… El justo por la fe vivirá” (Gálatas 3:11).
Que Dios les bendiga.
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