jueves, 13 de octubre de 2011

Abriendo la puerta

En una tierra en guerra, había un rey que causaba espanto.
Cada vez que tomaba prisioneros, no los mataba, los llevaba a una sala, que tenía un grupo de arqueros en una punta y una inmensa puerta de hierro en la otra. De la puerta de hierro colgaban muchas calaveras cubierta de sangre.
En esta sala, el rey le daba dos opciones a los prisioneros:
- Ustedes pueden elegir morir atravesados por las flechas de mis arqueros o pasar por aquella puerta.
Todos los que por allí pasaron eligieron morir en manos de los arqueros.
Al finalizar la guerra, un soldado, que por mucho tiempo había servido al rey, le dijo:
- Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Diga, soldado.
- ¿Qué había detrás de la asustadora puerta?
- Vaya y vea.
Al principio, él tuvo mucho miedo, pero, confiando en el rey, la empujó lentamente, y percibió que, a medida que lo hacía, rayos de sol iban entrando y aclarando el ambiente hasta iluminar todo el recinto.
La puerta llevaba hacia fuera de la mazmorra, rumbo a la libertad.
El soldado, admirado, apenas mira al rey, que dijo:
- Yo les daba a elegir, pero preferían morir antes que arriesgarse a abrir esa puerta.
¿Cuántas veces dejamos de abrir una puerta o entrar por otra por miedo a arriesgarnos?
Hoy, en el mundo, muchas personas todavía no encontraron la libertad exactamente por este motivo: el miedo. Miedo de que no resulte, miedo de lo que los demás van a pensar, miedo de equivocarse, en fin. Y, con eso, permanecen estancadas, paradas en el tiempo y sumergidas en sus problemas.
Debemos ser diferentes, pero, muchas veces, actuamos exactamente igual.
¿Cuántas personas, movidas por el prejuicio impuesto por los medios satánicos, han tenido miedo de pasar por la puerta de la IURD?
Pero los afligidos, que no tienen nada que perder, han intentado y conquistado la plenitud de la libertad a través de una fe lanzada e irreverente.

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