sábado, 24 de septiembre de 2011

El sueño de la muerte

Ni siempre el sueño se da durante la noche al dormir. Los que sueñan los de Dios lo hacen durante el día, porque alían la fe con la razón.
Por otro lado, ojos atentos durante el día no evitan el sueño de la muerte. Es lo que ha sucedido con los caídos y temerosos.
Un día, estuvieron de pie. Conquistaron victorias significativas en varias áreas de la vida.
Pero, por un descuido en la fe, se dejaron llevar por el sentimiento y cayeron.
Cayeron por cuestiones sentimentales, amor al dinero o por un sentimiento herido. El motivo no viene al caso…
El hecho es que cayeron.
¿Tenían cómo levantarse? Sí.
¿Conocían el camino? ¡Claro!
¿Y por qué no lo hicieron?
Orgullo.
El orgullo alimentaba la idea: ¿qué van a pensar de mí? ¿Y mi imagen?
O sea, no estaban preocupados por haber entristecido al Espíritu de Dios.
Uno de los mayores héroes de la fe, sino es el mayor, confesó: “Cosí cilicio sobre mi piel, y puse mi cabeza en el polvo”. Job 16:15
En su mayor dolor y aflicción, el rey David clamó: “Mira, respóndeme, oh Señor Dios mío; alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte.” Salmos 13:3
Quién sabe… ¿usted, mi amiga o mi amigo, no estará  durmiendo el sueño de la muerte por causa del orgullo?
¡Líbrese de él mientras esté vivo/a!
Mejor es vivir humillado que descender al infierno lleno de sí mismo.
Sólo el sacrificio es capaz de quebrar al maldito orgullo.
Tenga compasión, oh mi Dios, de los poseídos por el espíritu del orgullo.

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