jueves, 25 de agosto de 2011

La silla

 

Una muchacha pidió a un pastor que fuera a su casa para hacer una oración a su padre, que estaba muy enfermo. Cuando el pastor llegó a la habitación del enfermo, encontró al hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que asumió que el hombre sabía que vendría a verlo.
–Supongo que me estaba esperando, le dijo.
–No, ¿quién es usted?, dijo el hombre.
–Soy el pastor que su hija llamó para que orase por usted, y cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo estaba viniendo a verlo.
–Oh sí, la silla, -dijo el hombre enfermo– ¿Le importa cerrar la puerta?
El pastor lo hizo.
–Nunca le he dicho esto a nadie, pero… toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia he escuchado siempre al respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc.; pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el otro pues no tengo idea de cómo hacerlo. Entonces opté por abandonar por completo la oración. Esto ha sido así hasta hace unos cuatro años, cuando, conversando con mi mejor amigo, me dijo: “José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas… te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente de ti, luego con fe, miras a Jesús sentado delante de ti. No es algo alocado hacer eso pues el Señor nos dijo que estaría siempre con nosotros. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo”.
–Así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija pues tal vez me creería loco.
El pastor sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo, luego hizo una oración por él, le pidió a Dios que lo bendijera y se fue a su iglesia. Dos días después, la hija de José lo llamó para decirle que su padre había fallecido. El pastor le preguntó:
–¿Falleció en paz?
–Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto.
Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella…así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar?
El pastor, emocionado, le respondió:
–¡Qué bueno sería que todos nos pudiésemos ir de esa manera!
Recuerda: el Señor Jesús siempre estará esperando que le apartes esa silla especial en tu vida y en tu corazón.

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