viernes, 26 de agosto de 2011

Sensibles como los niños

La sensibilidad para escuchar la voz de Dios hace que estemos aptos para entrar en Su Reino

Isabel es una niña de tan solo 8 años. Por ser la hermana mayor, constantemente sentía celos de su hermana más chiquita, Anita. Un día, a Anita le hicieron una linda fiesta de cumpleaños para celebrar sus 5 añitos. Cariños por acá, fotos y regalos por allá… cariños de su papá por acá y besos de la madre por allí. En fin, todo sucedía mientras Isabel se iba enojando más y poniéndose más celosa.
En un determinado momento de la fiesta, Isabel observó que Anita estaba solita. Se acercó a su hermanita e Isabel disparó: “Ah… tu fiesta es muy aburrida. Tu vestido es feo y estás ¡horrible!”. ¡Pobre Anita! eso fue suficiente para que rompiera en llanto. La niña se agarró fuerte a su padre y lo abrazó, porque para ella él era la única persona capaz de protegerla de su propia hermana. El padre, conmovido, abrazó a la niñita y retó a Isabel.
Isabel sintió un dolor tan fuerte al ver a su hermana llorando, que tampoco resistió. La tristeza no fue por el reto, sino por ver el sufrimiento que había causado en su hermana. Así que se fue corriendo al baño. Se encerró por unos instantes y lloró, lloró tanto que se ahogaba. Y siempre que recordaba las palabras que le había dicho a su hermanita Isabel se entristecía más y le pedía perdón a Dios.
La pequeña Isabel, aun siendo una niña, reconoció que estaba equivocada. Sollozando, se pasaba la mano por la cara empapada de lágrimas y buscaba el perdón que, para ella, solamente Dios podía darle. Esa es la belleza de la niña. Y en este episodio podemos entender lo que el Señor  Jesús quiso decir cuando dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18: 3-4)
Las criaturas, por estar dotada de humildad, no logran resistir la enseñanza. No es en vano que ésta sea la mejor fase para que el ser humano aprenda algo. Es en este período que tenemos capacidad de aprender cosas buenas y malas; ya que es el momento en que somos más sensibles a las distintas voces que se nos presentan.
Es sabido que el medio en el que crecemos cuando somos niños influye mucho en nuestras vidas actuales. En esta etapa aprendemos y asimilamos lo que veíamos y oíamos de nuestros padres, parientes, vecinos y otras personas porque teníamos una gran sensibilidad para eso. Éramos personas inocentes necesitadas de enseñanza y orientación y no discutíamos eso. No cuestionábamos ni resistíamos las enseñanzas que nos daban. Pero cuando crecemos empezamos a tener una especie de orgullo que nos impide aprender más, oír más y cuestionar menos.
Con el tiempo perdemos esa esencia de la infancia, que es fundamental para nuestra salvación. El Señor Jesús vino a salvar al perdido. Él se entregó sin culpa y murió (sufrió) para dar vida y luz a quien se encuentra perdido en la oscuridad. Él vino para todos nosotros. Pero no todos lo reconocen como lo hizo Isabel, esa necesidad de pedir Su perdón; muchos tampoco logran tener la humildad de humillarse delante de Dios.
La actitud de Isabel de reconocer su error y clamar por el perdón de Dios nos enseña que la sensibilidad a Su voz nos permite ser personas mejores, humildes y aptas para entrar en Su Reino. Si llegamos al nivel de un niño seremos capaces de llegar al corazón del Padre.

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